Lecturas de Clorinda Matto de Turner

 Búcaro Americano

Buenos Aires, Agosto 15 de 1897


EL CAMINO LUMINOSO DE LA MUJER


Los que en la palabra luces han encontrado el símil de instrucción, han estado felices; y tienen razón aquellos que, con el júbilo de Colón al exclamar ¡tierra! tierra! en las costas de San Salvador, piden luz y más luz para el progreso humano; pero, no será menos afortunado el comparar el progreso con el agua. Apoyaremos nuestra idea con razonamiento llevado al terreno familiar.


Para detener la proyección solar existen muchos medios; para esconder el agua de corriente no hay ninguno. Ella se infiltra por el primer resquicio que encuentra, y si no halla éste, refuerza su potencia, gota a gota, y termina por romper los diques más poderosos para continuar su curso.El progreso femenino en la sociología es el agua en el rol de los elementos principales de la naturaleza.


¿Quién inventó el agua, el fuego, el aire, la tierra? Nadie los inventó, ellos existían en la naturaleza y el hombre no ha hecho más que utilizarlos en provecho suyo.


¿Quién habló de la instrucción de la mujer, ese objeto de lujo, aparato de sensaciones, utilizado por el varón en beneficio de mismo? Nadie habló en tono de inventiva, ella existía en el seno de la humanidad misma que, como el elemento agua, camina hacia el curso trazado por las leyes inmutables del progreso.


Sin temer el castigo impuesto a la mujer de Lot, dirijamos la mirada hacia esos horizontes sombríos del pasado.


¿Quién había de pensar en aquellas épocas embrionarias de la civilización, que diez y Queve siglos apenas transcurridos desde la sublime hecatombe del Gólgota, la mujer estaría civilizada a punto de escudriñar la física con Tyndall, la química con Berthelot, y ser antropóloga con Broca, y admirar la fisiología en las páginas de Huxley, la sociología en las de Spencer, la psicología en Baín, y hablar con entusiasmo creciente de filósofos y moralistas como Kant y Comte?

¡Oh escándalo!


Entonces, que se negaba a la mujer el derecho de saber leer y escribir para que no leyese ni escribiese a otro amo; que se la miraba como objeto de lujo, habría sido anacronismo lo que hoy es lo contrario.


Por más diques que ponga el hombre egoísta, conservador de la esclavitud y del oscurantismo, la causa de la regeneración de la mujer por la instrucción, como el agua se infiltra por el primer resquicio que encuentra y terminará por romper los diques si ellos no ceden a la razón y al derecho, derrumbando los carcomidos muros fabricados por el dueño del feudo ilícitamente poseído.


Sin que le cueste a la humanidad sacrificios cruentos, ni que la fuerza de las armas guerreras haya tenido que medirse en lid sangrienta, la causa del ennoblecimiento moral de la mujer avanza como el caudal manado en la roca, sin detenerse un segundo, aumentando su caudal e infiltrándose en las sociedades donde la equidad y la justicia son hermosa presea del hombre.


Para el triunfo definitivo de nuestras ideas no necesitamos de lucha ni de predicación impositiva; lo único que anhelamos es luz, mucha luz para que disipadas las tinieblas, vean claro las que tienen ojos y encuentren todas las bellezas que encierra para el género humano la ilustración de su bella mitad y los bienes que la familia, la patria, el universo, en fin, reportan de que la mujer sea persona consciente y no cosa irresponsable.


El camino luminoso que actualmente recorre la mujer va hacia la perfección social.

 

Clorinda Matto de Turner


LA MUJER Y LA CIENCIA

Loco intento sería el de quien pretendiese sustraer la luz cuando el sol se encuentra en el cenit; así, tan vano resulta el empeño de los pobres de espíritu que claman por conservar a la mujer sólo el derecho de dar hijos a la humanidad.


Semejante pretensión queda destruida con solo preguntarles: ¿Y de la que no es ni madre ni esposa, qué pretendéis hacer? ¡Oh! y es tan dolorosa verdad, que el sesenta por ciento de las mujeres que pueblan la tierra se encuentran en esta condición!


Si queremos ser justicieros con los principios que equilibran la felicidad social, fustiguemos al varón que vive a expensas del trabajo de la mujer, menospreciemos al hombre que se vende por un puñado de oro y en el matrimonio no busca la virtud con la noble intención de nuestros antepasados ni va a los altares en alas del dios niño, sino con el cálculo metálico que hiela los más dulces afectos del tálamo.


Menospreciemos, sí, al que con punible egoísmo quiere la luz de la ciencia para su persona dejando en las tinieblas a la carne de su carne, al hueso de sus huesos, con el propósito de que así conservada, será la humilde sierva, la esclava sumisa; no la compañera de su inteligencia, el complemento de su ser con la consciente voluntad del ser libre y pensante. Más[sic], nunca desalentemos, no, a la mujer en camino del trabajo que santifica y de la ciencia que es luz y verdad.


En el terreno de los hechos está probando ella, a cada paso, su competencia y la superioridad que dá la perseverancia.


Dirijamos la mirada a la estoica Alemania: hagamos un ligero cómputo del movimiento universitario. De 1635 candidatos salieron 938 diplomados, esto es, el 61%.


De 138 mujeres candidatas salieron diplomadas 107 o sea el 72%.

Recordemos que hay que rendir nuevos exámenes para ingresar a los cursos superiores. En estos exámenes, en los años 1891 a 196, dieron, en medicina, el resultado de 3.712 aprobados entre 7208 hombres o sea el 51% y 428 mujeres en 617, o sea el 69%.


Pero, no es preciso ir tan lejos a buscar los comprobantes de la competencia femenina; en nuestra Facultad de Filosofía y Letras, las más altas notas de las pruebas de fin de año están al frente de estudiantes mujeres, y en las escuelas preparatorias harto se preocupa la mujer con la nota que ha de alcanzar; sin que la distraiga el club, ni la cantina ni los pasatiempos, a los que el estudiante suele no poder sustraerse.


Rindamos con justo discernimiento, pleito homenaje a esas bellas mujeres que son el sostén de la madre, de los hermanos pequeñuelos, o de sí mismas, por la heroica lucha del trabajo, doble batalla librada en el campo donde tiene que vencer a dos enemigos poderosos: las dificultades que por sí ofrece la vida aún para el sexo fuerte, y la oposición que encuentra de parte de los seres egoístas y retrógrados.


 No olvidemos, eso sí, que en las filas de la buena causa de la redención de la mujer, existen hombres superiores cuyo mandato inclina el fiel de la balanza hacia el lado de la justicia y   del derecho.


 Señalemos siquiera dos de ellos entre los muchos que en la República Argentina podemos citar con frase agradecida: el Dr. don Antonio Bermejo, ex ministro de instrucción que ha legado su nombre a la Escuela de Comercio; el Dr. don Ernesto Colombres, que ha sabido contrarrestar la doctrina estacionaria cuando no retrógrada con argumentos tan positivos como valerosos y levantados. Oigamos al Dr. Colombres, en el . juicio sobre Colegio electoral de Tucumán, tesis del doctor Ríos:

" Empero, si de esta impresión del conjunto descendemos a algunos pormenores, no debo disimularle que, al observar el denuedo con que defiende sus opiniones, rayando en radicalismo, no he podido menos de sorprenderme, hallándolo en ciertos momentos timorato cual si temiera extremar las conclusiones de las premisas que sienta.


Así preconiza valientemente el sufragio universal; pero se trata de la mujer, y la fe del creyente vacila: no, ella no; la mujer no debe votar. Y de esta suerte el aventajado discípulo de Stuart Mili, de temor al ridículo, se queda plantado a la mitad del camino. ¿Y por qué no ha de votar la mujer?

Según sus propias palabras, porque ella es "cuando niña, la inexperta, cuando no la alucinada, y después es madre."

Discurramos un momento.


¡La mujer inexperta! ¿Pero es que acaso, mi amigo, los hombres poseemos el raro privilegio de venir al mundo armados de experiencia, y la mujer no? ¿Somos hechos, por ventura, de pasta diferente o llevaremos la soberbia al extremo de creernos dotados de una naturaleza superior? " Después es madre", añade Ud.


¿Y si no fuera? replícole; si a pesar de sus empeños, no hubiere logrado constituir un hogar propio, hecho frecuente por desgracia suya?

¿Y qué decir de la casada que enviuda, quedando con hijos a su cargo y con un patrimonio que administra? ¿No le parece que en este caso la maternidad, investida de todos los deberes y derechos y responsabilidades de la potestad en vez de favorecer su tesis se le vuelve en contra?


¡Ah!, mi amigo, a cuanta amarga reflexión, acerca del egoísmo de los hombres, se presta esta parte incidental de su trabajo!

Perteneciente a una generación dirigida desde sus primeros pasos, en la escuela, por mujeres ilustradas, usted ha sido ingrato con ellas, amen del cargo de inconsecuencia que podría formularle Stuart MilI.

 

Yo no participo de sus temores, y pienso, al contrario, que en vez de estrechar el radio de acción de la mujer, debemos propender a expandirlo. Ensanchando los horizontes de su actividad y de sus aspiraciones, haríase obra benéfica en todo sentido, sustrayendo a las infortunadas célibes,-a las solteronas tan motejadas del beatario estéril, cuando no de la intriguilla ponzoñosa...


No tema por la madre. Con o sin acceso a los comicios, será siempre la reina del hogar. Si los hombres no desatendemos los deberes que éste impone, ¿por qué lo harían ellas, siendo naturalmente más cariñosas y apegadas a los hijos?


Recuerde lo que ha pasado con el derecho que les acordó la soberanía masculina, de tener francos para ellas los claustros universitarios.


Hace algunos años, siendo rector del colegio nacional de esta capital mi inolvidable maestro José Manuel Estrada, bajo el influjo de ideas análogas a la suya, no permitió se diera matrícula en el establecimiento a una señorita que la pedía.


Más tarde, con un criterio más condescendiente o altruista, como quiera Ilamarlo, la revolución se produjo, y quedó conquistado el derecho a que antes me he referido.

 

¿Ha notado usted por esto deserciones en los hogares?

¿Ha visto agolparse en las facultades en los días de distribución de diplomas, muchas mujeres que lo exigían?


Son bien pocas, es lo que Ud. me responderá, y no dejará de reconocer que esas pocas prestan muy buenos servicios a la sociedad, y muestran a lo vivo que la mujer es apta para cuanto la tiranía masculina le permita aspirar."


El doctor Calambres ha vertido la verdad entre flores y con buril de acero ha grabado para la mujer: DERECHO POR LA JUSTICIA, en el progreso humano.

 

La mujer que está en el camino de la ciencia, del arte, de la verdad en suma; sabe que la gratitud es uno de los sentimientos que resplandecen en las naturalezas perfectas, y, ella vive en nuestros corazones, como rosa de primavera que conserva color y perfume para aquellos que nos ayudan en la grandiosa obra de redención de la mujer por el trabajo y la ciencia, coronados por la virtud.



Clorinda Matto de Turner


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